Es lamentable que estando en pandemia de la COVID-19 en el mundo con una economía debilitada, se le sume una guerra, que, como cualquier otra, nunca debió ocurrir. Las enfermedades y el sufrimiento humano a causa de estas pasan a un segundo plano, donde defender la vida es la prioridad.
Contamos con toda la capacidad para evitar llegar a ese punto y nuevamente los humanos nos equivocamos, los países como Nicaragua, sabemos que una guerra solo trae desastre desde todo punto de vista a corto y largo plazo, todo el mundo pierde, no hay vencedores, aunque una parte lo crea así.
Tanto Rusia como Ucrania estaban con epidemia de la COVID-19, dichos países habían señalado casos en el ejército, a pesar de la alta cobertura de vacunación de más del 95% en ambos.
La población ucraniana para protegerse tiene que juntarse, donde las medidas de distanciamiento físico y uso de mascarilla es imposible de cumplir, además deja de ser una prioridad, pues protegerse del ataque ruso y preservar la vida es lo prioritario. Las poblaciones se exponen a un grado de tensión máxima o extrema con las consiguientes afectaciones a la salud mental y física.
Más de 5 millones de personas huyen de su país, y como el virus viaja con la persona, también es una manera de diseminarse a través del contagio. La afectación en la salud mental y física es enorme, para los sanos y para aquellos que padecen de enfermedades crónicas. El hacinamiento y las dificultades de mantener la higiene atentan contra una buena salud. En las personas en refugios se hace más compleja la prevención de enfermedades y los servicios de salud, programas y medicamentos colapsan o bien no existe acceso a los mismos. La afectación a la población infantil y mujeres, ya evidenciado en otros conflictos, sufren de violencia, embarazo forzado, secuestro, abuso sexual y esclavitud, además de separación familiar, que es devastadora. Por otro lado, la educación en todos los niveles desaparece con el consecuente impacto enorme en el desarrollo social, tomando en cuenta que la infraestructura se destruye, los docentes migran y en general el tejido de la sociedad queda totalmente destruido.
Los que se quedan pueden enfermarse por las aguas contaminadas al romper las tuberías o abrir conexiones entre el agua potable y las aguas negras, sufrir problemas de salud mental y físico, enfermedades infecciosas y desnutrición. Vivir en una zona de guerra está relacionado con un mayor riesgo entre la población civil de ataque cardíaco, o infarto, accidente cerebrovascular (derrame), enfermedad de las arterias coronarias del corazón, presión arterial y colesterol altos, diabetes, depresión y mayor consumo de alcohol y tabaco, incluso años después de que termine el conflicto.
Podemos estar frente a otra ola de la COVID en Europa en países fronterizos y dentro del mismo país agredido, con la dificultad de acceso a los servicios de salud. Cuando señalo que la epidemia se mantiene, porque no cambiamos nuestro comportamiento humano, que más que irracional es agredir militarmente a otro país y poner en peligro a personas inocentes, al mundo y nuestra salud. “La guerra transforma a las personas convirtiéndolas en peligrosas, crueles e impredecibles. Las consecuencias de esta siempre nos harán recordar que los humanos son la bestia más terrible de todas”.